Estas últimas semanas he estado pensando sobre mi futuro (sí, de nuevo), sin embargo, esta vez un poco más a fondo y de manera más problemática. Me puse a pensar hacia dónde quería dirigir mi vida, ¿qué quería ser cuando sea grande? Pero, alto ahí, hay un problema con esa pregunta, yo ya soy grande (no tanto como otros, pero sí de pronto para ese cuestionamiento).
Normalmente, cuando nos hacen esa pregunta tenemos entre 10 y 15 años, o, a veces hasta menos. Muchos, dependiendo de la edad respondemos diferentes profesiones: cantante, bombero, abogado, veterinario, entre otros, pero la verdad es que mucha idea no tenemos sobre lo que queremos hacer más adelante. También hay quienes responden sinceramente y dicen que no saben y, de igual manera, están las personas como yo que pensaron que la tenían muy clara y se fueron por la primera decisión que entró en su cabeza.
Los colegios tienden a ofrecer un servicio de orientación vocacional, que para muchos termina siendo una luz al final del túnel de la indecisión y, para otros, una pérdida de tiempo total. Yo me pregunto, si hacemos tanto énfasis en el futuro, en las profesiones y en la orientación de los jóvenes, entonces ¿por qué una gran parte termina cambiando de carreras o arrepintiéndose de lo que estudiaron?
Pienso que a veces el afán de cumplir con todas las metas de la vida nos hace perder un poco la visión del camino que se supone debemos disfrutar. El otro día estaba viendo una entrevista que BBVA Aprendemos Juntos hizo al escritor y periodista Carl Honoré. Él decía que “en un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder”. Obviamente lo relacionaba a un escenario más general sobre el estilo de vida que llevamos actualmente, sin embargo, yo lo vinculé con el tema de la profesión. Somos tan insistentes con la pregunta ¿qué quieres ser cuando seas grande?, que creamos la necesidad de decidirlo lo más rápido posible, en vez de permitir que haya un espacio de análisis, introspección y duda frente a una elección que impacta gran parte de nuestro desarrollo.
Yo, por ejemplo, ya me gradué, ya tuve mi primer trabajo y ahora me encuentro en el segundo cuestionándome si todas mis decisiones profesionales fueron un error. No obstante, no se trata de eso porque todos sabemos que aprendizaje es aprendizaje y como me dijo mi abuelo un día: “lo único que no le pueden quitar mijita es lo que tiene en la cabeza”, y cuanta razón tenía. Por eso, no es cuestión de ver lo que hemos hecho como un error, sino de mirar al frente y descubrir de qué manera lo podemos utilizar para encontrar nuevos caminos y crear nuevas oportunidades.
Por esta razón, yo propongo tres cosas para finalizar esta pequeña reflexión:
Para empezar, liberemos la presión de esa pregunta que tanto hemos formulado a través de varias generaciones. Nadie sabe realmente cuándo va a encontrar su vocación, puede ser a los 6, 15, 18 o, incluso, a los 50 años y cualquiera de esas edades está bien.
La segunda consiste en estar tranquilos con las decisiones que hayamos tomado porque de todas las experiencias se aprenden cosas nuevas y eso no implica que por haber escogido un camino previo no podamos replantear la ruta que vamos a seguir de ahora en adelante.
Para finalizar, nadie nos está obligando a vivir una vida a contrarreloj, podemos tomarnos las cosas con calma, disfrutar tanto de los momentos malos, como de los buenos y buscar el tiempo necesario para tomar las decisiones que queremos y necesitamos.
P.D. Es momento de respirar y tomarnos el tiempo necesario para encontrar y decidir lo que queremos ser cuando seamos grandes, aun cuando ya lo seamos.
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