Un monosílabo conformado por dos letras que genera toda clase de problemas en nuestras vidas. ¿A cuántos de nosotros nos cuesta un montón decir NO? Es una palabra tan corta y sencilla y, a la vez, tan complicada de pronunciar en varios escenarios de nuestra cotidianidad. Es como si tuviéramos una cremallera en la boca que se cerrara cada vez que la necesitamos usar.
En lo personal siempre he tenido un conflicto con querer complacer a quienes me rodean, en inglés se le llama “people pleasers” a las personas como yo. Esos seres queridos, colaboradores, confiables e incapaces de decir no cuando les pides un favor (que buena vaina). Esto a veces suena muy bonito, pero en varias ocasiones genera un patrón bastante dañino para aquellos que lo viven.
Les comento sobre este concepto porque en medio de mi introspección me di cuenta de que es una de las raíces de mi problema con el NO. Sin embargo, soy consciente que no se limita únicamente a eso. Adicionalmente, también sé, y de lo que he podido conversar con algunas personas, que este es un problema muy común y que abarca miles de razones que normalmente no son evidentes para nosotros, pero que si las reflexionáramos veríamos la vida de una manera mucho más sencilla y llevadera.
Pongamos un escenario común en un ambiente laboral. Normalmente, si uno es recién egresado o es nuevo en el lugar de trabajo, lo más probable es que le soliciten varias tareas y favores a los cuales no hay otra salida aparente que un rotundo sí. Ahora, ¿qué pasa si ese esquema se mantiene y uno continúa diciendo que sí? Posiblemente, los límites de carga profesional desaparezcan por completo porque nadie se percató que uno estaba sobrepasado emocional y laboralmente.
¿Qué sucedería si cambiáramos la narrativa un poco? Imaginemos esta misma situación, pero en medio de las solicitudes, cuando ya se está llegando al borde de lo que se puede manejar, uno dijera: No puedo ayudarte en este momento, pero en cuanto termine las tareas que tengo con mucho gusto lo miramos. Cambia por completo la perspectiva del asunto, pero claro, suena muy sencillo cuando lo vemos ahí escrito, pero no tanto cuando estamos frente a nuestros jefes o compañeros de trabajo. Es entendible, sin embargo, también recordemos que el “no” no es una excusa ni tampoco nos hace más débiles, al contario, al decir “no puedo en este momento” estás planteando una posición de autocuidado y estás estableciendo límites.
Esta situación laboral también la vemos en nuestras vidas sociales en los momentos menos pensados. Por ejemplo, pensemos en una invitación a un plan (el que sea) y no queremos ir por pereza, cansancio, lo que sea, pero nuestros amigos o familiares nos insisten y no queremos quedar mal, entonces decimos que sí. Probablemente la pasemos muy bien o puede que todo lo contrario, el punto es que no fuimos capaces de decir no, aunque sabíamos y teníamos muy claro que no queríamos asistir. Escenarios como éste hay muchos y, usualmente, caemos en el mismo sentimiento de pena o culpa cuando decimos no a aquellas personas que nos rodean y nos solicitan.
Habrá muchos que dirán “pff, pero eso es falta de carácter o de voluntad”, pero es que la situación va más allá de eso. Claro, hay personas que les cuesta muy poco sentar una posición clara y decir no cuando se requiere, pero existen otras, como yo, que, si vemos posible o dentro de nuestras capacidades lo que nos están pidiendo, aceptamos, aunque no estemos en la mejor posición para hacerlo.
Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto decir que no?
Decir no es complicado porque nos implica poner límites, ya sea en un contexto trivial o uno más complejo que conlleva o representa algún tipo de responsabilidad. Adicionalmente, también nos es difícil pronunciar este monosílabo dependiendo de a quién se lo estemos diciendo. No es lo mismo decirle no a una amiga/o por x o y motivo, que a tu profesor, jefe o figura paterna.
Por lo tanto, podemos decir que hay diferentes tipos y grados de “no” a los cuales tenemos que recurrir diariamente y que, por pena, culpa o complacer/ayudar a los demás, no lo hacemos. Pero, como mencionaba antes, la vida sería más sencilla y llevadera si lo hiciéramos.
Decir no está bien y nadie se va a morir porque tengamos claros cuáles son nuestros límites y nuestros estándares a la hora de actuar. Es momento de cambiarle la connotación negativa a ese pobre monosílabo que se queda en las sombras de nuestro vocabulario por el miedo al que dirán.
Yo digo NO y está todo bien.
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