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No hay NO que por bien no venga

¿Si saben esa frase bien “cliché” que dice “no hay mal que por bien no venga”?


Sí, esa expresión que tanto nos molesta cuando estamos frustrados o tristes porque algo no nos salió como queríamos. Bueno, pues esa frase me pasó y cuando digo me pasó es que por fin entendí el verdadero sentido de esas palabras.


No obstante, en esta perspectiva voy a cambiar un poco esa frase de cajón que tanto conocemos por una más cercana a lo que vivimos hoy en día (o por lo menos yo como joven de 24 años).


Cuando estamos en estas etapas de la vida en las cuales cada decisión es determinante (o eso aparenta), un NO o una respuesta negativa es lo más parecido a una tragedia griega.



Por ejemplo, situémonos en un escenario más social como estar enamorados o “tragados” de alguien (como decimos en Bogotá); qué pasa cuando por fin reunimos las fuerzas para enfrentar la situación, le expresamos a esa persona todo lo que nos pasa y nos responden con un “NO” adornado. En mi caso, voy al mercado, me compro un helado o una Nutella y eche pa’ la casa a pasar la pena. Probablemente habrá personas más valientes que les importa poco esta situación y siguen como si nada, pero estoy segura de que a más de uno nos derrota por unos cuantos días.


Ahora, pongámoslo en un contexto un poco más académico o profesional: estamos aplicando a la universidad de nuestros sueños o nos estamos preparando para esa entrevista de trabajo que llevamos esperando un buen tiempo; ya tenemos todo listo, llevamos estudiando u organizando todo lo que necesitamos para esa situación en particular; y, de un momento a otro, recibimos una carta de rechazo de la universidad o, en su defecto, una llamada de la empresa diciéndonos que lo sienten pero que en este momento no pueden contar con nosotros (que en otras palabras es otro no adornado)


¿Qué pasa ahí?


Al principio, y si me hubieran preguntado unos meses atrás, diría que iría al mercado de nuevo y me compraría otra Nutella y a llorar a la casa. Sin embargo, hoy puedo decir con plena confianza que me he convertido en una fiel creyente de esa frase de cajón que tanto odiamos muchos (por no decir todos).


El año pasado, un poco perdida con mi vida, empecé la búsqueda de mi maestría. Al principio, busqué todas las opiniones posibles sobre este gran paso, las cuales me llevaron a empezar un proceso de aplicación en una universidad que me llamaba mucho la atención (ya no estoy segura si por la influencia de sentir que me tenía que ir a Estados Unidos o porque realmente me gustaba). No obstante, el esfuerzo fue enorme; estaba satisfecha, había cumplido con todos los requisitos y sentía un gran apoyo por parte de la institución a la cual estaba aplicando. Pero después vino una larga espera que resultó en una explosión de ansiedad y nerviosismo que al final se resolvería con una linda carta “vacía” que en palabras más cordiales decía “muchas gracias por participar, valoramos mucho tu esfuerzo, pero no podemos contar contigo” (muchos adornos para un rechazo que ni retroalimentación tenía).


En fin, como cualquier proceso de duelo, lloré y sentí la frustración en su máxima expresión. Sentí que de pronto ese no era mi camino, que yo para qué estaba aplicando a eso si no tenía experiencia y de nuevo la duda de siempre ¿Será que si tengo lo suficiente? Pero, contrario a otros momentos de mi vida en lo cuales me hubiera hundido por esos pensamientos y dudas, al día siguiente me levanté y dije “no más” y empecé a buscar otras opciones.


Muchos se preguntarán por qué no apliqué a otras opciones antes, por qué puse todos mis huevos en una sola canasta… No tengo respuesta para eso, son esos errores de los que uno aprende más adelante… A veces, cuando estamos perdidos nos refugiamos un poco en los consejos externos más que en la intuición propia y en ese conocimiento interno sobre lo que uno es y lo que quiere, pero al final son esas pequeñas experiencias las que nos enseñan y nos guían por nuevos caminos.


Con eso en mente, estaba determinada a buscar otra salida. Finalmente encontré otras dos oportunidades que cumplían bastante con lo que yo quería y estaban en lugares con los que yo siempre había soñado, España e Italia. (¡¿Por qué no había aplicado allá antes?!...Los misterios de la vida.) Desde que era pequeña siempre había querido irme a Europa, lo tenía tan claro que hoy en día se me hace extraño haberlo puesto en un segundo plano.


Resumiendo la historia, me aceptaron en las dos universidades, así que tuve el gran beneficio y fortuna de escoger a cual me quería ir y ahora estoy viviendo la gran experiencia de organizar todo para empezar esta nueva etapa de mi vida con mayor entusiasmo y motivación.


Entonces, ¿a qué viene esta larga historia? Bueno, pues le encuentro dos reflexiones. La primera gira en torno a confiar un poco en esa intuición propia; no necesariamente la “mejor” opción para los demás o para quienes te rodean vaya a ser la que mejor se acomode a ti y a tu felicidad.


Y, la segunda, se resume en lo que les mencioné al principio. Quisiera cambiar un poco esa frase molesta por la siguiente (que sigue siendo un poco molesta, no voy a mentir): No hay NO que por bien no venga.


Probablemente estarán los escépticos que dirán que las cosas no funcionan así y que bla bla bla. Pero yo cumplo con decirles relájense. No se preocupen tanto si reciben un NO (en cualquier aspecto de su vida), no es una tragedia griega, sino una oportunidad para volver a hacer las cosas de manera diferente.

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